EL ARTE DE GRACE

EL ARTE DE GRACE
El Mandala que te libera, vete con él clickeándolo

viernes, 25 de junio de 2010

Los hombres somos de un patetismo tremendo frente a los animales depredadores. Hay algo que ellos tienen que es tan perfecto que el hombre cuando los observa pierde la autocrítica, porque no se da cuenta que él también es un animal que siempre asesinó para comer.( ...) No hay remordimiento en ellos, esa cosa podrida del hombre que vuelve sobre sus pasos para ver si le quedó dolor o alegría. (...) Porque la mirada clínica es la que uno tiene para conservar la estabilidad del mundo que nos rodea. No hay una visión clínica en los elefantes o en las ballenas. En cambio, con nuestras cosas queremos saber y operar de alguna manera con una mente que corrija los desfasajes y esa es una de las podredumbres que venimos heredando.

Luis Alberto Spinetta
(del libro Martropía de Juan Carlos Diez - Editorial Aguilar-)

jueves, 17 de junio de 2010

Forever


Hoy en día en que es tan difícil separar las aguas podridas de las cristalinas, de tratar de evitar la inevitable catástrofe de la sandez disfrazada de triunfo futbolístico, siempre se encuentra agua en un oasis aparentemente seco. La excelente radio de música clásica "Amadeus" (me importa un bledo que su dueño haya sido el facho de Hadad) hace tiempo que no emite. Pero su voz principal, Martin Wullich por suerte continúa en la misma tesitura con media hora diaria ("Clásicos en el camino", L a V a las 19 hs), y con dos horas los domingos (18 a 20 hs), por radio Milenium (106.7), donde difunde la mejor música clásica. Un pequeño sorbo de exquisita agua pura que nos apacigua "la sed verdadera" (como bien dice Spinetta). Y como Wullich, no por casualidad, era amigo de Peña, he aquí mi recuerdo del Puto Lindo a un año de su transmutación final, en sus propias encantadoras palabras, tal como Martin conduce siempre sus programas y eventos:

Conocí a Fernando Peña en 1995, cuando el primero de sus personajes -Milagros López- hizo su aparición en la radio. Fue en Horizonte 94.3 , donde yo trabajaba desde hacía 9 años haciendo el clásico "...mientras tanto, aquí, en Buenos Aires, una nueva hora... ¡comienza!".
Desde el principio
me impactó su histrionismo para llevar a cabo ese personaje y los que fueron surgiendo con el tiempo, Revoira Lynch, Palito, Dick Alfredo, la Mega, Sabino... cuando ya recalaba en Rock y Pop con "Cucuruchos en la frente". Horizonte terminó, en 2001, y me llamó pues no quería que "una nueva hora" se perdiese. Durante un buen tiempo apareció mi columna preludiando cada hora en su programa que duraba tres. Jamás se metía en el medio de uno de mis comentarios, que juzgaba interesantísimos, sino que lo hacía antes o después y en boca de algunos de sus personajes, dándole un matiz humorístico notable pues la personalidad individual de cada uno quedaba así plasmada, de acuerdo a lo que dijeran y cómo lo dijeran. Pero también su simpatía, su don de gente, su increíble respeto por quienes teníamos más trayectoria que él y admiraba. De hecho éste respeto lo llevó a redescubrir a otros colegas de la primera época de la radio y rendirles un merecido homenaje para que no cayesen en el olvido. No quería nada a cambio. Nada.

Tan respetuoso era que tenía el don de saber pedir perdón, como si fuera un chico que hizo una macana. Lo recuerdo llamándome y mandando mensajes de texto de disculpa pues se había confundido al darle a una productora el número de teléfono privado de mi casa, que sólo tienen pocas personas, las más amigas. Le hizo borrar y olvidarse para siempre de ese número. Lo recuerdo contando como anécdota una y mil veces la primera vez que vino a mi casa y rompió por una torpeza la pata de una mesita. Cada vez que lo contaba, divertidamente, parecía pedir disculpas una vez más. Era de una transparencia notable. Jamás le escuché decir o hablar algo de alguien que no lo supiera por su propia boca. Y es que no tenía ambages en decir lo que se le pasara por la cabeza a quien consideraba que debía decírselo, en la privacidad o públicamente.
Nunca se calló ante nada. Jamás se medía por las probables consecuencias que esto pudiera aparejarle. Defendía sus pensamientos, su filosofía, sus creencias, y se mostraba tal cual era, mental y físicamente, sin hipocresías. Si alguna vez consideraba que se había equivocado, también lo decía. No escondía nada. Nada.

Después de saber que había ido a ver una de sus obras de teatro, llamaba al otro día para ver que me había parecido. Muchas veces le insistí en que se dejara dirigir, pensando que semejante talento actoral podría crecer aún más si estaba guiado y acotado. Otras tantas le machacaba sobre la extensa duración de las obras. Sobre lo primero me decía que era un imposible, que no soportaba ni soportaría que le dijesen lo que tenía que hacer. Sobre lo segundo -casi como otro imposible para él-, solía repetirme la frase de Baltasar Gracián que había aprendido de mi boca y reconocía muy cierta: -"sí, ya se, Martin, lo bueno, si breve, dos veces bueno...". Ya en su éxito indiscutible, "El Parquímetro", por la Metro, me nombraba como referente en el buen hablar, en las buenas pronunciaciones, siempre con admiración, respeto y, por sobre todo, cariño.
Un cariño que trascendía las fronteras del éter y era captado por sus miles de oyentes. Muchos me decían "cómo te quiere Peña... hoy dijo... bla, bla, bla..." Y yo respondía: "es mutuo". Pues se hacía querer. Y cómo. No medía su cariño como no medía nada. Nada.

Fernando proponía un almuerzo, sin ningún otro motivo que el placer de disfrutarnos, cada uno en su natural locura. Nadie podía creer cuando yo comentaba que él era capaz de poner una fecha y un horario para vernos dentro de 15 días -por ejemplo- y, llegado el momento -sin que durante ese lapso hubiese mediado ni una llamada u otro medio de reconfirmación-, yo entraba al restaurante y ahí estaba él, sólo. O con su novio -así conocí al encantador Javier de Nevares- o con más amigos y amigas que aseguraba que yo debía conocer por distintas razones. Era sorprendente. Son los pequeños detalles los que hablan de alguien. Además de su talento notable, su formalidad intachable, su palabra que jamás lanzaba al viento, su increíble cultura, su rapidez, su inteligencia, su cariño incondicional, he de destacar una generosidad superlativa que compartía con todos sus amigos, compañeros y colegas. Solía decir que ganaba muchísimo dinero, y ese dinero lo gastaba a manos llenas, invitando siempre, viajando y trayendo un pensado regalo para cada uno. Pero no sólo lo era con el dinero, sino también con los sentimientos, con lo que alguien pudiera necesitar y él tuviera la mínima posibilidad de dar. Era capaz de mover cielo y tierra. No especulaba con nada. Nada.

La última "aventura" que vivimos juntos surgió de su imaginación. Me invitó a su programa una mañana para entrevistarme y "al aire" me dijo que quería que lo llevara a volar. Nunca lo había hecho en un helicóptero, a pesar de las incontables horas que tenía como tripulante. Confesó que le había tomado cierto temor, pero que quería hacerlo y... no sólo eso... sino transmitir desde arriba en directo su programa de radio. Después del vuelo estaba feliz, exultante, como un chico.
Durante semanas insistía en que todo el mundo debía hacerlo y prometía hacer un sorteo y regalar él ese vuelo al oyente que ganara. Cuando estaba convencido de que algo era bueno, era una tromba publicitándolo. Cuando estaba convencido de que algo no era bueno, era la CNN advirtiéndolo. Tenía una energía envidiable, colosal. Ni el alcohol, ni las drogas, ni su crónica enfermedad pudieron detenerlo. Nada.

Pero llegó su momento en forma sorpresiva, con un fulminante ataque a un órgano vital, casi de la noche a la mañana. Y lo sorprendió, a él, que vivía sorprendiendo a todos. La radio y el teatro -junto a otros medios- han perdido un artista que se entregó en cuerpo y alma. Yo he perdido un amigo entrañable. Un loco lindo (no quiero decir lo que el quería que le dijeran, pues sabía que no
me gustaba). Por eso, si te preguntan por Fernando Peña, decí que siempre lo dió todo. Y jamás pidió nada. Nada.

Martin Wullich

viernes, 11 de junio de 2010

MORe, moRe, mOrE....


De repente era todo blanco, con esa luminosidad que hiere los sentidos.
Me desperté de un sueño extraño, en el que volvía a nevar sobre Buenos Aires.
La particularidad del mismo era que también me despertaba de otro sueño y ahí en el estar de mi casa, estaba mi viejo que me decía que no se sentía tanto el frío de la vez anterior del 9 de julio de 2007, porque estaba haciendo 3 grados Cº.
(mi viejo murió en 1993)
Yo mientras tanto miraba el parque seminevado a través del ventanal.

De repente era todo blanco por el sol radiante que acariciaba el cuerpo de ella desnudo, tendido sobre la roca al lado del mar Mediterráneo. Los pasajes de una isla que siempre soñé y que solía dibujar mientras escuchaba los discos de Pink Floyd, ahora tenían sentido a través de los leños encendidos en la estufa luego de una trasnoche incesante de películas de cable y del mejor jazz.

Transcurría un lunes de principios de junio, descansado y sin obligaciones. Y justamente en el otro hemisferio el verano se aproximaba para bañar con su cálida luz la mítica isla del eterno hedonismo.
Amparado en las substancias prohibidas la amplitud de su mirada también me abarcaba desde este lugar y lo que imaginé fué.

De Alemania vine y también hice el amor en París. Tal vez el destino me espere en Ibiza como a Stefan, tal vez allí se conjugue la luz mediterránea y la atípica nevada de Buenos Aires, el rock nacional y la psicodelia de finales de los ´60.
Y Stelle me espere con un porro entre manos, con su mejor máscara de muerte bienhechora.